Dra. Amil López Vieitez.
Farmacéutica.
Existen muchas patologías crónicas asociadas a la resistencia a la insulina como: obesidad, Diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedad cardiovascular, cáncer, síndrome de Ovario Poliquístico, etc. La unión de las primeras cuatro enfermedades se denomina, Síndrome X o Síndrome Metabólico[1].
Uno de los factores más comunes que causan obesidad es la hiperinsulinemia causada por resistencia a la insulina. La resistencia a la insulina ocurre cuando los receptores de insulina en las células musculares no responden adecuadamente a los niveles normales de insulina. El páncreas responde secretando más insulina en un esfuerzo por reducir los niveles de glucosa en sangre.
Omega-3 y Obesidad
El exceso de insulina promueve el almacenamiento de calorías en forma de grasa y a la vez, evita su liberación del tejido adiposo para ser usado como energía. El aumento en la dieta de ácidos graso omega-3 puede ser un factor importante en la estrategia de pérdida y mantenimiento de peso ya que influye en la regulación de la saciedad[2].
A nivel molecular, el apetito es debido a que el nivel de glucosa en sangre está por debajo del umbral crítico para una correcta función cerebral. Existen sólo tres estrategias para reducir el hambre, y el consumo de calorías, que son cetosis severa, medicamentos o niveles estabilizados de glucosa en sangre.
La cetosis severa ocurre cuando se consumen demasiadas proteínas y pocos carbohidratos. En un corto período de tiempo, generalmente 24 horas, las reservas de glucógeno en el hígado se agotan y sin unos adecuados niveles de glucógeno es imposible metabolizar las grasas completamente a agua y a dióxido de carbono. Esta ausencia de glucógeno en el hígado distorsiona el metabolismo normal de las grasas que causa que el hígado empiece anormalmente a producir, cuerpos cetónicos que favorecen la anorexia. El cuerpo responde estimulando la excreción urinaria. Esta pérdida de agua es una gran parte del peso que se pierde en la primera semana de dietas ricas en proteínas. Pero el cuerpo se adapta a mantener la cetosis, alterando las funciones de los adipocitos, siendo en tres o seis meses, 10 veces más activos en la capacidad acumuladora de grasa.
Los primeros medicamentos supresores del apetito fueron las anfetaminas, pero eran altamente adictivas. La siguiente generación estimulaba los niveles de serotonina, pero tenían efectos secundarios a nivel coronario e hipertensión pulmonar primaria.
El mejor mecanismo para controlar el apetito, es mantener constantes los niveles de glucosa en sangre, mediante el equilibro de los niveles de insulina y glucagón, hormona de efectos contrarios a la insulina, que es segregado en respuesta a las proteínas de la dieta; disminuye el almacenamiento de glucosa en el hígado y reestablece los niveles de azúcar en sangre.
Omega-3 y Diabetes Tipo 2
El aumento de la epidemia de la obesidad está fuertemente relacionado con el aumento de la Diabetes tipo 2, causada por la resistencia a la insulina. La clave para el tratamiento, tanto de la obesidad como de la diabetes tipo 2 es revertir la resistencia a la insulina que está asociada al aumento del TNF (Factor de Necrosis Tumoral, responsable también de la caquexia en el cáncer).
El aumento del consumo de ácidos grasos omega-3 supone beneficios para estos pacientes pues ayuda a regular el apetito, mejora la sensibilidad a la insulina y a la leptina y reduce la secreción de TNF[3].
Omega-3 e Hipertensión
El EPA y el DHA contribuyen a mantener una tensión arterial normal[4]. Una ingesta diaria de 3 g de DHA o de DHA y EPA en adultos, reducen la incidencia de hipertensión[5]. El análisis de diferentes estudios sugiere que altas dosis de omega-3 (3g/día), producen una pequeña pero significativa disminución de la presión arterial, especialmente la sistólica[6].
Omega-3 y Enfermedad Cardiovascular
La fuerte asociación entre obesidad y enfermedad cardiovascular, es una consecuencia de la gran capacidad del tejido adiposo de generar citokinas pro-inflamatorias[7].
Existen observaciones epidemiológicas que confirman que una mayor ingesta de pescado se asocia a un menor riesgo de sufrir enfermedad cardiovascular. El año 2002, el Nurse´s Health Study afirmaba que el consumo de pescado de 1-5 veces por semana, descendía un 29-34% dicho riesgo[8]. Por ello la EFSA afirma que el EPA y el DHA contribuyen al funcionamiento normal del corazón y regulan el nivel de triglicéridos[9][10].
El papel del colesterol en el desarrollo de la enfermedad cardiovascular depende del equilibrio entre el colesterol bueno y el malo (HDL/LDL). Existen dos tipos de partículas LDL-colesterol. Unas son largas y ligeras y no parecen promover la arteriosclerosis. El otro tipo son densas y pequeñas, están fuertemente asociadas con las placas de ateroma arteriales y aumentan el riesgo de enfermedad coronaria.
En el estudio de Lyon sobre Dieta y Corazón, los supervivientes a un ataque al corazón fueron divididos en dos grupos. Uno de los grupos siguió la dieta recomendada por la Asociación Americana del Corazón y el segundo grupo siguió una dieta rica en frutas, verduras, pescado y conteniendo una baja cantidad en ácidos grasos omega-6. A los cuatro años, ambos grupos tenían el mismo nivel de colesterol y ratio TG/HDL. Había un 70% de reducción tanto en ataques al corazón en el grupo de estudio, con respecto al grupo control, a quienes se les permitía tomar grandes cantidades de ácidos grasos omega 6 que incrementan la producción de los eicosanoides «malos»[11].
La primera diferencia clínica entre los dos grupos, era el ratio AA/EPA en sangre. En los individuos del grupo experimental era 6:1 comparado con 9:0 en el grupo control. Una reducción del 30% en el ratio AA/EPA producía una reducción del 70% en ataques al corazón, el ratio TG/HDL era el mismo en ambos grupos.
Estudios recientes han indicado que la proteína C reactiva se asocia con la inflamación generalizada y actualmente se considera un indicador del riesgo de enfermedad cardiovascular. De hecho, los beneficios de la terapia con estatinas en la reducción de la mortalidad cardiovascular, se debe, en primer lugar a su acción antiinflamatoria que reducen los niveles de la proteína C reactiva. Pero nuevas investigaciones indican que la terapia con estatinas también favorece la resistencia a la insulina que puede aumentar el futuro riesgo de enfermedad cardiovascular[12].
Omega-3 y Patologías Inflamatorias
Estudios clínicos han indicado que la base de la mayoría de las enfermedades es inflamatoria. Podemos citar: obesidad, dislipemias, Diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular, cáncer, Alzheimer, asma, alergias, patologías inflamatorias («itis»: artritis, osteoartritis, artritis reumatoide, etc.), enf. inflamatoria intestinal, enf. Autoinmunes, acné, psoriasis, eczema, osteoporosis, envejecimiento prematuro, síndromes depresivos, nefropatía IgA y la fibromialgia, etc. Todas ellas responden positivamente a altas dosis de aceite de pescado. Esto se debe a la reducción de la producción de los eicosanoides pro-inflamatorios y de citokinas pro-inflamatorias como el factor de necrosis tumoral (TNF) o la Interleukina 6.
Omega-3 y Enfermedad Neurológica
El DHA mejora el desarrollo neurológico del feto y de los niños alimentados con lactancia materna, a partir de una ingesta de 200 mg/día de DHA adicionales a los 250 mg recomendados para las mujeres embarazadas[13]. Según la EFSA la ingesta diaria de 250 mg de DHA en adultos mejora la función cerebral en adultos[14].
Está demostrado que los omega-3 modulan las funciones cognitivas, desde la infancia hasta la senectud[15],[16],[17]. Previenen y mejoran la evolución de las enfermedades degenerativas como demencias, Alzheimer o esclerosis múltiple[18],[19],[20]. Estudios con pacientes de esclerosis múltiple, mostraron que una reducción del ratio AA/EPA de 6:1,5 se asocia con un 90% de reducción de los ataques y un 25% de reducción en la discapacidad después de dos años de tratamiento.
Varios estudios han indicado que un aumento del ratio AA/EPA está fuertemente asociado con la gravedad de la depresión[21]. La depresión postparto está relacionada con valores anormales de ácidos grasos omega-3, que descienden durante el embarazo, por la alta demanda del feto para su desarrollo neurológico y visual. El tratamiento con un suplemento de omega-3 en monoterapia de 2,5 g reduce los síntomas de depresión mayor[22][23].
Existe mucha bibliografía que propone la suplementación con omega-3 en niños y adultos con déficit de atención y/o hiperactividad[24][25][26].
Omega-3 y Salud Ocular
El DHA contribuye al buen funcionamiento visual en adultos y al desarrollo visual de los niños hasta los 12 meses. En los protocolos actuales de oftalmología se incluye la suplementación con ácidos grasos omega-3, sobre todo DHA, para reducir el estrés oxidativo en la retina, en la mácula y en la superficie ocular[27]. También se está empleando con muy buenos resultados en la sequedad ocular[28][29], el glaucoma[30] y en la retinopatía miópica[31].
Omega-3 y Fertilidad
Se sabe que la suplementación con ácidos grasos omega-3 mejora la capacidad fértil y el desarrollo de un embarazo y parto normales. En los actuales protocolos para la fecundación in vitro se administran con frecuencia suplementos de omega-3 para prevenir la fragmentación del ADN espermático[32].
Bibliografía
[1] Abete I, Astrup A, Martínez J A, Thorsdottir I, Zulet M A. Obesity and metabolic syndrome: Role of different dietary macronutrient distribution patterns and specific nutritional components of weigh loss and maintenance. Nutrition Reviews 2010; vol 68(4):214-31.
[2] Abete I. Influencia del índice glucémico, dietas 40-30-30 y ácidos grasos procedentes de aceite de pescado en dietas hipocalóricas. Revista Española de Obesidad. 2009; 7. Supl. 2: 6.
[3] Abete I, Astrup A, Martínez J A, Thorsdottir I, Zulet M A. Obesity and metabolic syndrome: Role of different dietary macronutrient distribution patterns and specific nutritional components of weigh loss and maintenance. Nutrition Reviews 2010; vol 68(4):214-31.