Alfonso Antequera es un médico «normal» que trabaja en el Hospital de Fuenlabrada, Madrid. Pero unas semanas al año, se convierte en un héroe con gafas que, de verdad, salva vidas en una de las zonas más precarias y pobres del mundo. Lógicamente, esta no es una entrevista como las que solemos hacer… es simplemente un relato del día a día en un hospital en esa zona del planeta en que la vida puede valer muy poco porque la muerte está demasiado, excesivamente presente. Para eso viaja Alfonso hasta allí desde la comodidad y la seguridad de las ciudades europeas.
Tiene un objetivo claro: ayudar. Y allí eso siempre conlleva retar a la muerte.
Desde abril de 2016, SEDCA va a colaborar con encanCHADos en la implantación y desarrollo de programas de mejora nutricional en Chad.
Veinte médicos en uno…
(Primer día en Bebedjia)
«Hoy ha empezado mi actividad en el Hospital St Joseph de Bebedjia, la verdad es que no es muy diferente del St Mary de Axum en Etiopía. Una especie de infierno en la tierra… ni siquiera yo que soy cirujano y estoy acostumbrado a ver cosas terribles soy capaz de soportarlo. Termino el pase de visita a duras penas, conteniendo la nausea y las lágrimas, preguntándome qué demonios hago yo aquí. Se vive mejor ignorando esta realidad. El cerebro humano no está preparado para soportar el horror. Necesita evadirse. Aquí la evasión es imposible. Se intenta, pero resulta difícil. La salida a tomar el té con mi compatriota Rai, farmacéutico sevillano curtido en la cooperación africana, me entretuvo durante una hora. Aunque las polvorientas, sucias y malolientes calles de Bebedjia no invitan precisamente a soñar, el té al menos estaba bueno y resultaba seguro de cara a las múltiples infecciones que acechan por aquí…»
El hospital, pese a todo, realiza un trabajo encomiable: las misioneras combonianas atienden con devoción a todos los pacientes, a la vez que tratan que los enfermeros locales no se relajen demasiado… Tendencia que por otro lado no es infrecuente en estas latitudes, ya sea por el clima, ya sea por pensar que nada tiene solución, que todo es muy difícil. La desesperanza produce esa dejadez que ya he visto anteriormente asociada a lo que parece inevitable.
El hospital, pese a todo, realiza un trabajo encomiable: las misioneras combonianas atienden con devoción a todos los pacientes, a la vez que tratan que los enfermeros locales no se relajen demasiado… Tendencia que por otro lado no es infrecuente en estas latitudes, ya sea por el clima, ya sea por pensar que nada tiene solución, que todo es muy difícil. La desesperanza produce esa dejadez que ya he visto anteriormente asociada a lo que parece inevitable.
Doscientas camas y un solo médico. Sor Elisabetta ejerce de mujer orquesta: dirige el hospital, pasa la visita a las camas de hospitalización de medicina, cirugía y pediatría, hace las ecografías, supervisa la sala de partos y, por si todo esto fuera poco, también opera. Dos quirófanos programados a la semana más todas las Urgencias que van llegando. Necesitaríamos cuatro o cinco médicos europeos para poder cubrir su mes de vacaciones. Si se entera algún consejero español de sanidad, la contrata para que abra ella sola algún que otro hospital…
Por mi parte, a la vez que descargo a “la Sor” de su trabajo de quirófano, me familiarizo con las enfermedades más frecuentes aquí. Tenemos las camas llenas de malaria, tuberculosis y SIDA. Por el contrario, llama la atención los pocos casos de traumatología que se atienden, lo cual parece debido a que culturalmente están acostumbrados a que a esos enfermos los traten curanderos locales, aunque supongo que con no mucho éxito… Intento enterarme a marchas aceleradas, y en la medida que me lo permite mi rudimentario francés, de la situación social aquí. Quienes son los Gambai con sus floridos vestidos y esbeltos cuerpos, los Bororo nómadas con bonitos peinados y collares, los musulmanes de piel mas clara y rasgos más afilados. En los tres grupos, las mujeres preparan la comida y comen junto con los niños. Los hombres comen aparte. Los terrenos de alrededor del hospital son un improvisado campamento. Las familias que vienen de zonas apartadas acampan hasta que su allegado está recuperado y listo para partir. Es muy importante para los familiares comer con sus parientes enfermos. Son ellos los que se encargan del catering, ya que el hospital no dispone de servicio de cocina. En otras ocasiones, pacientes no muy graves que no pueden ser ingresados por falta de espacio duermen al raso una o dos noches hasta que podemos hacerles un hueco.
Aunque no todos los países de África son iguales, el tipo de medicina y de patologías que se ven son bastante parecidas. La malaria domina el sombrío espectro de las zonas bajas tropicales del continente, seguida muy de cerca por el SIDA. Además, se pueden ver enfermedades ya prácticamente erradicadas del hemisferio norte como la polio, el tétanos o la rabia. Si, habéis leído bien, la rabia, que aquí en Bebedjia es un problema de salud pública importante. Un gran número de perros sin vacunar, campañas institucionales inexistentes junto con la ignorancia de la gente, han llevado a que hoy una de nuestras pacientes se esté muriendo de hidrofobia, sin que podamos evitarlo, aislada en una habitación, separada del resto de pacientes y familiares por temor a que les mordiera, semanas después de haber sido atacada por un perro y no haber acudido al hospital en busca de la vacuna.
Lo cierto es que África es muy diferente, sobre todo desde el punto de vista sanitario. El subdesarrollo te traslada en el tiempo y te lleva a luchar contra enfermedades que en España ya solo se encuentran en los libros de historia de la medicina.
Por esta razón y por otras muchas más, nos encontramos aquí, en el Chad. Apoyados muy de cerca por todos nuestros amigos, familia, socios, colegios y patrocinadores. Para intentar con nuestra pequeña aportación ayudar a los que están aquí luchando en primera línea, para arrimar un poco el hombro a estos “marines humanitarios” como Sor Elisabetta, completamente entregados a la lucha por los demás para conseguir que las cosas vayan cambiando. ¡Que ya es hora!
Salvando vidas
A los que nos metimos en esto de la Medicina para salvar vidas, no nos gusta perder. En nuestros cómodos y ricos hospitales del norte, la verdad es que casi nunca perdemos. Peleamos los pacientes hasta la extenuación y muchas veces nos excedemos en nuestro celo terapéutico cayendo del lado de los cuidados fútiles y de la prolongación artificial de la vida. En cambio, en los hospitales de los países pobres del sur, como el hospital St. Joseph de Bebedjía, Chad, la Muerte esta acostumbrada a ganar siempre la partida.
Cuando vienes aquí, tienes que venir con el objetivo de no ser derrotado, aunque conforme avanzan los días la realidad te va poniendo en tu sitio y el objetivo inicial se transforma. Lo cambias y te conformas con intentar no perder por goleada. Aquí la Muerte tiene poderosos aliados como la miseria, la pobreza, el analfabetismo, la incomunicación, la desconfianza… que combinados con enfermedades como la malaria, el SIDA, la polio, la tuberculosis, etc. consigue cifras tan apabullantes como un 20% de mortalidad infantil, la mayor de las registradas en nuestro planeta.
En esa guerra mundial que se libra contra la pobreza y la enfermedad, tras los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) de la ONU, que ha generado el movimiento contra la pobreza más exitoso de la historia, se están consiguiendo grandes avances en todo el planeta después del compromiso transcendental que asumieron los líderes del mundo en el año 2000 de “no escatimar esfuerzos para liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema”.
La tasa mundial de mortalidad de niños menores de 5 años ha disminuido en más de la mitad, reduciéndose de 90 a 43 muertes por cada 1.000 niños nacidos vivos entre 1990 y 2015. En África subsahariana, la tasa anual de reducción de la mortalidad de niños menores de 5 años fue más de cinco veces mayor entre 2005 y 2013 que la del período comprendido entre 1990 y 1995. De todos modos, esta zona del mundo donde se encuentra el Chad continúa a la cabeza de la mortalidad infantil con un 86 por mil nacidos vivos. Y en 2008, la cifra en Chad, el peor país de la zona con gran diferencia, alcanzó la dramática cifra de 209 fallecimientos por cada mil nacimientos.
El progreso con la malaria ha sido inmenso, se han evitado más de 6,2 millones de muertes causadas por paludismo entre los años 2000 y 2015, principalmente de niños menores de 5 años de edad en África subsahariana. Se estima que la tasa de incidencia mundial del paludismo ha caído un 37% y que la mortalidad mundial por paludismo se ha reducido en un 58%. Desgraciadamente, de nuevo Chad está entre las peores cifras de la región con la mayor mortalidad por malaria de todo el mundo.
Así que estamos librando una batalla en el Chad, el peor de los frentes de esta guerra mundial contra la pobreza y la enfermedad. Uno, aquí, en Bebedjía, siente que está colocando sacos de tierra para contener la crecida de un río de muerte inmenso, que deja filtrar su agua por cualquier resquicio. Estamos orgullosos de haber conseguido contenerlo por un momento, y aunque somos conscientes de que nuestro granito de arena se pierde en el desierto, no nos dejamos desanimar y nos aferramos a objetivos tangibles en el día a día. Como el pequeño Mathuré, con su sonrisa y la buena evolución de su osteomielitis después de nuestros cuidados. El pequeño prematuro sin nombre que va engordando día a día después de haberlo librado de una muerte casi segura en la sala de partos. Esa joven parturienta nómada que estuvo rozando el más allá con sus 5 gramos de hemoglobina. O el paciente con el sarcoma de clavícula liberado de un dolor terrible y con esperanzas de supervivencia a largo plazo, etc.
Estamos deseosos de volver a luchar en este frente, junto a veteranos camaradas como la misionera comboniana Elisabetta Raule, que ya lleva más de 5 años batiéndose el cobre contra la Muerte en este rincón del planeta. Añoramos la camaradería y la pelea infatigable a su lado en la trinchera contra la Muerte. Necesitamos muchos soldados como ella para ganar la guerra, de momento los “soldados de reemplazo” como nosotros servimos para apoyar y contener la inundación, pero son los misioneros con su compromiso y veteranía los que consiguen ir inclinando la balanza poco a poco en favor de la Vida y la Salud.
Para cerrar el círculo necesitamos el apoyo en la retaguardia de todos vosotros, para que a través de iniciativas como enganCHADos consigamos mantener viva esta lucha sin cuartel. ¿Nos apoyarás?