Pregunta. ¿Cómo calificaría Ud. el modelo vigente de producción y comercialización de alimentos?
Respuesta. Un modelo agroalimentario en el cual se despilfarran alimentos en cada una de sus fases es ineficiente y claramente insostenible.
P. ¿Qué consecuencias cree que tiene seguir aplicándolo?
R. El modelo vigente no sólo es inadmisible desde el punto de vista medioambiental, también genera graves problemas éticos, sociales y económicos. Se produce más de lo necesario para alimentar a toda la población pero se tapa la mala consciencia del modelo dominante mediante el recurso a las donaciones a entidades sociales y ONGs para que atiendan las necesidades alimenticias de los más desfavorecidos.
P. ¿Qué cantidad de alimentos se pierde o desperdicia cada año?
R. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que anualmente se pierde o malgasta una tercera parte de los alimentos que se producen en el mundo. En concreto, sus estimaciones para 2007 apuntaban a la pérdida anual de 1.300 millones de toneladas de alimentos.
El pasado día 5 de junio se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente. Naciones Unidas ha decidido dedicarlo este año al uso eficiente de los recursos y al consumo sostenible. Con el eslogan «Siete mil millones de sueños. Un solo planeta. Consume con moderación», este organismo quiere concienciar a la población sobre la importancia de cambiar nuestra cultura de consumidores y crear una sociedad más sostenible en la que todo el mundo tenga alimentos para vivir y se respete la capacidad regeneradora del planeta.
P. ¿Dentro de la cadena agroalimentaria, cuáles son los eslabones donde este despilfarro se agrava o se hace más evidente?
R. El proceso de despilfarro es largo y complejo. Sus causas son diversas y afectan a las diferentes fases de la cadena agroalimentaria. Mientras que en los países más ricos el grueso del derroche se produce en la distribución y el consumo, en las economías de menor renta, las pérdidas se originan principalmente en la recolección, almacenaje, transporte y procesamiento de los alimentos.
En lo que se refiere a las causas, cabe partir de la realidad de una producción agrícola que afronta los efectos de la competencia global, con una tendencia recurrente a la sobreproducción y sobreexplotación agrícola, tratando de compensar la tendencia recesiva de los precios. La competencia se agrava además por la introducción de nuevas variedades de gran resistencia y productividad, susceptibles de soportar el transporte a larga distancia.
Esta tendencia al excedente agrícola y su progresiva industrialización se combina con un cambio de preferencias y hábitos de compra por parte de los consumidores finales, en un contexto de predominio de las granes cadenas comerciales en la distribución de alimentos. Pese al interés creciente de la sociedad por los productos ecológicos, en realidad la búsqueda de comodidad y la escasez de tiempo disponible alejan la mayoría de consumidores de la compra directa al productor y les conducen a depositar su confianza en los productos procesados o frescos, preferentemente con etiqueta verde o ecológica, disponibles en las grandes superficies comerciales.
Por razones de eficiencia y búsqueda del mayor beneficio, los distribuidores tratan de inducir un consumo masivo de productos uniformizados, en los cuales la apariencia externa es un factor relevante. Dese modo, tanto en la recolección como en la distribución se rechazan alimentos comestibles porque se considera que por sus condiciones de volumen, peso, color o aspecto no pueden ser objeto de comercialización.
Es necesario un modelo más responsable, donde que un producto no sea comercializable no signifique que no sea comestible…
P. ¿Producir más en ámbito agroalimentario es la solución o el problema?
R. En absoluto. En el conjunto del planeta se producen actualmente alimentos en abundancia suficiente como para atender las necesidades de alimentación de toda la humanidad. Debemos recordar que actualmente casi 1.000 millones de personas se encuentran en situación de riesgo de padecer hambre. En un mundo con graves problemas de desigualdad, que coincidan hambrunas y despilfarro alimentario es un indicio claro de que la situación actual es un despropósito escandaloso.
P. ¿Qué nivel de corresponsabilidad tiene el consumidor en este desperdicio?
R. Lamentablemente, como consumidores contribuimos de forma importante a este derroche aunque, a veces, no seamos muy conscientes de ello. En los países más ricos, los consumidores somos responsables del 35-40% de lo que se malgasta.
Por un lado, frecuentemente adquirimos más alimentos de los que realmente necesitamos, inducidos por las numerosas promociones comerciales existentes. Por el otro, seleccionamos productos en base a su imagen externa y no a sus propiedades nutritivas o rechazamos alimentos al acercarse al final de su fecha de consumo preferente que son perfectamente comestibles. Como consumidores confundimos que un producto se considere no comercializable con el hecho de que sea o no perfectamente comestible.
P. ¿Qué alternativas existen para detener este proceso?
R. Diversas y desde distintos ámbitos. Debemos superar urgentemente las contradicciones propias del modelo existente porque todos somos responsables del desaguisado. Y ser conscientes que pequeñas acciones por parte de cada uno de nosotros podrían impulsar una transformación de gran calado.
Desde el ámbito de la distribución y la comercialización sería necesaria una mayor transparencia y contabilidad de los costes derivados de los alimentos que se rechazan y malgastan sin ser comercializados. Cabría preguntarse por cual es el coste económico y social de un proceso de selección tan exigente. ¿Realmente nos debemos permitir este lujo?
Pero el cambio no será posible si el consumidor no se consciencia de la magnitud del derroche alimenticio y sus efectos dañinos. Para ello es necesario mejorar la cultura alimentaria de la sociedad, tanto en lo que ser refiere al valor nutritivo como a las propiedades reales de los alimentos.
P. ¿Las alternativas, al margen del cambio de chip del consumidor y de la empresa privada, también tiene que ser aplicadas e implementadas en y desde el sector público?
R. Las políticas públicas responden a la necesidad de intervenir para atender necesidades sociales o para inducir cambios en los comportamientos de las personas y organizaciones. Evidentemente, son indispensables para ofrecer señales que inciten una actitud más responsable por parte de todos. Sería conveniente una mayor promoción de la agricultura de proximidad, favoreciendo la venta directa del productor al consumidor y limitando la dependencia respecto a la intermediación y, en algunos productos, la industria alimentaria. También cabría penalizar fiscalmente a los distribuidores que despilfarran alimentos.
P. ¿En el futuro tendremos que ser todos vegetarianos?
R. No se trata de renunciar al consumo de unos alimentos determinados. De hecho, a nivel global, la mayor parte del volumen de desperdicios alimentarios sucede en la producción y comercialización de verduras y cereales.
P. ¿En caso de que no se detenga el proceso tal y como está planteado y establecido, cuáles cree Ud. que serían las consecuencias a corto, medio y largo plazo?
R. Con el modelo actualmente dominante anualmente se desperdicia la producción de alimentos de un territorio equivalente a China y se malgasta el caudal de agua equivalente a un río tan caudaloso y extenso como el Volga mientras un 15% de la población mundial padece hambre. Sin cambios profundos en el sistema, se agravarán sus quebrantos sociales, económicos y ecológicos.
El Dr. Lladós es profesor de los Estudios de Economía y Empresa
Universitat Oberta de Catalunya – UOC.